jueves, 30 de abril de 2009




Mari Carmen Díez Navarro, es profesora de la Escuela Infantil “Aire Libre” de Alicante. Ha escrito algunos libros como Mi escuela sabe a naranja. Estar y ser en la escuela infantil.

La queremos incluir en nuestro blog, porque su escuela, tal y como la describe, es nuestro ideal de escuela, y aunque todavía no sea un “clásico” (temporalmente es imposible), estamos seguras que lo llegará a ser cuando el tiempo lo permita.

Además, hemos tenido la suerte de conocerla en persona, y sin duda es tal y como refleja en sus obras y artículos. Para quedarnos con “un buen sabor de boca”, incluimos un fragmento de su libro antes citado. Es una maravilla.

“…Yo concibo una escuela saludable como un lugar donde se puede estar tranquilo, mostrarse como unos es, dejarse afectar por los afectos, hablar, escuchar, aprender, inventar, encontrarse con los demás, disfrutar. Y una escuela enferma como un lugar donde hay miedo, inseguridad, despersonalización, rigidez, individualismo, repetición, malestar, sufrimiento. En la escuela sana se puede vivir y se desea vivir. Apenas hay ausencias. Todos tienen su lugar. Se trabaja, se juega, se inventa, se riñe. Se oyen palabras, gritos, risas. Hay movimiento, hay discusiones, hay cariños y manías. Actividad y calma. Ratos de libre elección y ratos de “hacer caso”. Ley y placer. Calidez, encuentros… En la escuela enferma hay bajas laborales de los maestros y dolores de barriga de los niños. Hay tensión. Hay quietudes explosivas. Hay aprendizajes que se olvidan. Hay lejanía, competencia, soledad. No hay juegos, ni charlas, ni cuentos, pero sí lenguaje, matemáticas y conocimiento del medio. Y sobre todo, abunda la sensación de poca confianza en uno mismo, el miedo a equivocarse, el aburrimiento, las ganas de salir corriendo… Mi opción está claramente definida. Quiero una escuela que dé paso al sabor, al brillo de la vida de cada día. Y es de esa escuela, que intento vivir, de la que hablaré en este libro. Aunque no lo haré desde la tesitura de pretender ideales, ni de buscar a ultranza una “moral pedagógica”: deberes y derechos, valores y contravalores, culpas o aciertos… Tampoco desde la tesitura de la profesionalidad: eficacias, técnicas, productividades… Ni desde la de la crítica, la asepsia o la neutralidad esterilizadora…”

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